Columna: Daniel Lee
Ciudad de México, 28 Octubre 2025.– La Comisión de Trabajo y Previsión Social del Congreso mexicano atraviesa una de las etapas más grises y estériles de su historia reciente. Entre la inoperancia institucional y el desdén político, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, el órgano que debería ser la voz y defensa de la clase trabajadora se ha convertido en un símbolo de simulación legislativa.
El rezago de dictámenes y la falta de sesiones efectivas son el retrato fiel de un Congreso sin rumbo laboral. Bajo la presidencia de Susana Prieto Terrazas en la Cámara de Diputados, la Comisión de Trabajo ha pasado de ser un espacio de deliberación obrera a una instancia opaca y paralizada, donde las iniciativas duermen por tiempo indefinido.
Mientras tanto, en el Senado, Napoleón Gómez Urrutia mantiene una conducción igualmente gris y distante. Su papel, lejos de la combatividad sindical que alguna vez lo caracterizó, se diluye entre la retórica y la inacción. Ambos frentes legislativos, el de Diputados y el de Senadores, parecen competir no por quién legisla mejor, sino por quién posterga más las discusiones que realmente podrían transformar las condiciones laborales del país.
No se trata de una simple omisión: es un vacío deliberado de gestión. La reducción de la jornada laboral, la inspección efectiva del trabajo, la regulación de las plataformas digitales y la protección a los subcontratados siguen sin dictamen. Cada sesión suspendida o diferida refuerza el mensaje de siempre: los derechos laborales pueden esperar.
La inacción legislativa no es neutra; beneficia a quienes lucran con la precariedad. Mientras las y los diputados y senadores se enredan en discursos, millones de trabajadores siguen sin seguridad social, con sueldos de sobrevivencia y sin mecanismos reales de defensa ante el abuso patronal.
La parálisis no es solo fruto de negligencia, sino de cálculo. Las comisiones laborales del Congreso se han transformado en monedas de cambio político, espacios donde los derechos de la clase trabajadora se negocian según las conveniencias de las cúpulas partidistas.
Ni Prieto Terrazas ni Gómez Urrutia han ejercido el liderazgo que sus investiduras exigen. La primera, atrapada entre el dogmatismo y la ineficacia; el segundo, entre el confort del poder y la pérdida de legitimidad sindical. Ambos encarnan la desconexión del Congreso con la realidad del trabajo en México, un país donde el salario no alcanza, la informalidad crece y los derechos conquistados se erosionan en silencio.
La Comisión de Trabajo y Previsión Social, en ambas cámaras, ha renunciado a su papel histórico. Al no legislar, legisla por omisión; al callar, valida los abusos; al demorar, protege los intereses del capital.
En un país donde el trabajo es la base del bienestar y la desigualdad su mayor herida, esta parálisis legislativa no es una anécdota: es una forma de desprecio político hacia quienes sostienen con esfuerzo lo que otros administran con cinismo.
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