Redacción: Daniela Paredes Rocha
Dante Gebel deja un debate público al vincular su liderazgo religioso con el ambiente político, generando discusión sobre el papel de la iglesia, la fe y su influencia en la vida pública.
Con una trayectoria construida desde el mundo evangélico y una gran destreza de convocatoria, el creador de PRESIDENTE llevó su influencia más allá de la fe y empezó a ser leído como un posible actor político.
Dante Gebel, uno de los referentes evangélicos más conocidos del país, dejó de ser solo una figura religiosa para volverse en un actor de liderazgo que comenzó a llamar la atención del sistema político argentino. Pastor, comunicador y líder de masas, su nombre empezó a circular en los últimos meses en encuestas, reuniones y conversaciones conectadas a la política electoral de cara a 2027, impulsado por su creciente exposición pública y su capacidad de interpretar a públicos diversos.
Nacido y criado en Billinghurst, en el partido bonaerense de San Martín, Gebel creó su carrera dentro del evangelismo pentecostal, pero desde sus comienzos mostró una vocación por romper esquemas. Formado bajo la influencia del pastor Héctor Giménez, encontró rápidamente un lenguaje propio que mezcló predicaciones religiosas y emotivas con códigos tomados del entretenimiento masivo, poniendo el foco en los jóvenes.
Ese enfoque lo llevó a organizar eventos multitudinarios en escenarios poco habituales para el mundo evangélico, como estadios de fútbol y espacios populares de la Ciudad de Buenos Aires. Durante años, su figura creció dentro de un sector que, mientras amplía su base social en la Argentina, sigue teniendo dificultades para dialogar con el público secular. Gebel empezó a trabajar precisamente sobre esa frontera.
A principios de los 2000, su propuesta dio un salto con producciones teatrales y shows que combinan religión, aparición cinematográfica y tecnología de punta. La fusión entre la fe y el espectáculo lo convierte en un caso particular: un predicador capaz de ocupar el centro de la escena cultural sin dejar del todo su matriz religiosa, aunque siempre presionándola.
Con el paso del tiempo, esa identidad fue evolucionando. Gebel dejó de definirse solamente como pastor y se posicionó como conferencista, motivador e influencer. Su discurso se volvió menos normativo y más emotivo, con un mensaje orientado al bienestar personal, los vínculos y capacidades, capaz de convocar tanto a creyentes como a no creyentes. El “público” reemplazó al “rebaño” y el escenario al púlpito.
En un contexto atravesado por la crisis de representación, la falta de outsiders y el agotamiento de los partidos tradicionales, figuras provenientes del espectáculo, los medios o el mundo digital ganaron protagonismo. Gebel reúne varias de estas características: visibilidad, carisma, llegada directa a grandes audiencias y una narrativa emocional que conecta con el clima de época.
Nadie puede asegurar cuál será su rol a futuro ni si dará el salto definitivo a la política partidaria. Pero el solo hecho de que su figura sea observada, medida y discutida habla de un escenario en transformación, donde las fronteras entre la religión, la comunicación y el poder se vuelven cada vez más vagas.
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