Redacción: Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
Aunque solo el voto de sus simpatizantes
los haya elegido, una vez asumido el cargo
se convierten en presidente o presidenta
de todos los mexicanos.
Dice nuestra Primera Mandataria, Claudia Sheinbaum, que “la gente ya no se va con la finta,” por más campañas que se paguen en redes sociales contra su gobierno. Lo anterior en referencia a la convocatoria, formulada por la Generación Z, para asistir a la marcha contra la violencia, el pasado 15 de noviembre.
Esta particular visión, característica de los gobiernos de la 4T, desde sus cimientos hasta el segundo piso en construcción, gusta victimizarse al considerar una agresión, un ataque o un golpe de Estado blando, cualquier exigencia ciudadana en demanda de servicios que son responsabilidad de todo gobierno, como la seguridad, salud, educación, el respeto al Estado de Derecho, certeza jurídica, rendición de cuentas, transparencia, etc. Y es que, en la 4T, no se admiten reclamaciones.
Como estrategia, la 4T gobierna para aliados y simpatizantes, dando lugar a una polarización en la que los buenos son sus seguidores y los malos, todos los demás. Hacer creer que la gran mayoría, el denominado pueblo bueno y sabio, apoya a Morena ha sido fundamental en su gobernanza. La titular del Ejecutivo se dice su representante e interprete. “Yo ya no me pertenezco, soy del pueblo”, proclamaba, en su momento, el entonces presidente López Obrador. También, ahora, la Presidenta Claudia Sheinbaum, afirma que ya no se pertenece, que “representa una esperanza”.
A fuerza de repetirlo, se pretende crear la percepción de que todas las acciones del gobierno morenista son en respuesta a “demandas del pueblo”. Y en base a ese discurso, en el que se insiste que la propia Cuarta Transformación se debe a un reclamo popular, justifican controvertidas decisiones como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la desaparición del Poder Judicial, la elección por voto popular de los ministros, magistrados y jueces, o la eliminación de los órganos autónomos, entre muchas otras más. Bajo el discurso de que todo esto es por voluntad del pueblo, evaden la responsabilidad de estudiar, analizar y discutir sus acciones, aunque resulten muy cuestionables o inconvenientes para el país.
Nadie discute el triunfo electoral de los candidatos presidenciales de Morena. AMLO, con 30 millones de votos y Claudia Sheinbaum, con 35 millones, ganaron sus respectivas elecciones, pero esto está lejos de representar la voluntad de toda la población del país. Entre los votos de la oposición y el abstencionismo, alrededor de 59 millones de ciudadanos no votaron por el macuspano y, en el caso de la Presidenta, 63 millones no la favorecieron con su voto. Esto equivale a que, en ambos casos, solo recibieron el voto favorable de alrededor de un 40 por ciento de los electores. El 60 por ciento restante votó por la oposición o no asistió a las urnas. Su alegada representatividad de la mayoría de la población del país, no es, pues, exacta.
Lo anterior viene al caso recordar porque, en los gobiernos de la 4T, pareciera que a los titulares del Ejecutivo, cada uno en su momento, no les acabó de convencer el hecho de que el cargo de Presidente de la República, los compromete a ser gobierno para toda la población del país, simpatizantes o no de Morena, ciudadanos apolíticos y hasta a quienes militan en la oposición. Para el ejercicio presidencial no debiera haber exclusiones. Aunque solo el voto de sus simpatizantes los haya elegido, una vez asumido el cargo se convierten en Presidente o Presidenta de todos los mexicanos.
Nos hemos acostumbrado a escuchar como normal una retórica, desde Palacio Nacional, que más parece la de una líder del partido oficial, que la de la Presidenta de todos los mexicanos. La polarización es la característica y esta división promovida por la máxima autoridad política del país, nos enfrenta cuando el país requiere de unidad. El gobierno debe definir muy bien sus límites con el partido oficial, a quien corresponde retar, políticamente, a las oposiciones, porque al gobierno le toca reconocer y aceptar la pluralidad y la diversidad del país.
En nada ayuda poner oídos sordos a la crítica y a los cuestionamientos. La auto crítica es necesaria y conveniente para corregir errores y mejorar la gobernanza. Hacer señalamientos y acusaciones, desde Palacio, a quienes deciden incorporarse a manifestaciones pacíficas de protesta, como si se tratara de delincuentes, no habla bien de un gobierno que niega ser autoritario.
Noviembre 27 de 2025
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