Buenas y malas noticias llegan desde ese gran espacio de unas 10 o 12 hectáreas, allá por el sur de la ciudad de México, donde por lustros se ha conjuntado la vida del arte nacional, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo científico y lo informal, entre lo bello y lo más bello aún.
El Centro Nacional de las Artes, el CENART, como se le conoce, vive momentos especiales que van desde lo alegre hasta lo burdo dentro de sus instalaciones.
Un lugar hecho para que el arte viva las 24 horas. La burocracia, la vieja y la actual, han hecho esfuerzos desesperados por ahogarle en un laberinto sin salida.
Los trabajadores sindicalizados, algunos de mantenimiento, de montajes, del cuidado de las instalaciones, se quejan –y con razón- de torpezas administrativas que los tienen no solo en la incertidumbre, sino en peligro real por falta de las mínimas condiciones de trabajo.
Ya no lo mínimo que podrían ser los uniformes, eso tal vez pasa, pero los equipos de seguridad para el trabajo, como botas y guantes, pinzas, desarmadores o cascos o escaleras para colocar mamparas o cambiar focos.
Cultura Impar pudo ver las condiciones de unas, no desgastadas, deshechas botas de algunos de ellos durante una charla con miembros de la prensa. Y sí preocupó. No se trata de echar culpas, se trata de buscar soluciones y ayudar al desarrollo cultural de un lugar.
Su misión, por ahora está detenida. Su página de Internet menciona que fue creado para consolidar al Centro”como espacio de referencia nacional e internacional para el desarrollo y disfrute de actividades artísticas y formativas de excelencia, al servicio de estudiantes, docentes, investigadores, creadores, ejecutantes, públicos, y de la sociedad en general”.
¿Y luego?
No hay los recursos para salir adelante. No es nueva la consigna de lograr eventos autofinanciables que permitan a los artistas de todas las áreas, mostrar sus avances.
Los baños están en pésimo estado, incluso muchos sin servicio para una comunidad de miles de personas que diario recorren sus instalaciones para estudiar, para impartir clases, para visitar alguna exposición o para consultar alguna obra en su magnífica Biblioteca de las Artes, una de las mejores de Latinoamérica.
El CENART aloja 12 espacios escénicos, tanto cerrados como al aire libre. Esto es, son tres teatros (eran bastante buenos), tres foros para conferencias y presentaciones y eventos. Tiene tres plazas (una puede recibir a más de 1500 personas), y el inmenso y siempre bello auditorio Blas Galindo, además del aula Magna José Vasconcelos.
Dice su publicidad que cada uno de estos espacios fue diseñado de forma específica para satisfacer los requerimientos de conciertos, recitales, montajes o actividades académicas de diversa índole; desde presentaciones para un público reducido, hasta eventos masivos.
Por años, ha brindado cursos y talleres para niños. En las entrañas del CENART sobreviven cuatro escuelas de educación profesional -del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA)- de danza, teatro, música o artes plásticas. Sin olvidar al Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). De pronto bajan, pero aún se dan estudios de posgrado en educación artística.
Se podría hablar y escribir tan bonito de la realidad de un lugar envuelto en la magia de todas las artes, para hacer que se vea intenso y lleno de vida.
Pero las letras, y la realidad se topan con falta de difusión, falta de eventos, falta de recursos, falta de voluntad gubernamental.
Conste, la cultura se lleva dentro, no en los bolsillos ni en los palacios. Mucho menos en el Nacional.
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