Unos minutos antes de las 7 de la mañana del 19 de septiembre de 1985 estaba a punto de salir de casa a un desayuno de trabajo en el Hotel Alameda cuando a las 7:19 empezó el movimiento. No sabíamos lo que estaba pasando porque se fue la luz y no podíamos ver el televisor con las noticias; en ese tiempo no había celulares. Me asomé por la ventana hacia la calle y por donde vivía se observaba tranquilo.
Sin embargo, la realidad ese día era otra. A la salida de mi edificio en la colonia Portales me encontré a Fernando Mayolo, excelente fotógrafo de Excélsior; era mi vecino, le dije que iba a un desayuno y me contestó: ahorita todo está suspendido, mejor acompáñame, vamos a reportear cómo están las cosas porque dicen que en el centro todo está caído. En nuestro camino encontramos edificios caídos, muertos y desolación; el entonces Distrito Federal era un caos, y así se mantuvo durante varias semanas o meses después.
El 19 de septiembre de 2017 tuvimos simulacro a las 11 de la mañana y a las 13:30 fue el sismo real. Me pareció más intenso que cuando 1985. Nadie podía creer lo que estaba pasando; yo estaba en el último piso de un edificio de seis cuando todo se empezó a mover fuertemente. Apenas nos podíamos mantener en pie, algunos rezaban, otros se angustiaban al punto del desmayo; yo grité cuando se cayeron la puerta de cristal de mi oficina y el pedestal donde estaba un garrafón de agua. Pensé que no faltaba mucho para que el inmueble se desplomara.
Yo trabajaba en la Administración de Servicios Educativos del Distrito Federal y así asustados, tuvimos que ocuparnos de inmediato de la revisión de cinco mil escuelas públicas y 400 mil particulares, coordinados con la Secretaría de Educación Pública. No hubo clases hasta que no se determinó que había seguridad para el regreso. Cientos de escuelas tuvieron que cerrarse porque quedaron dañadas. Creo que varias de ellas todavía requieren reparaciones, a cinco años de ese terremoto.
Cuando nadie pensaba que volviera a ocurrir porque sucede una en 133 mil 225 veces, el pasado lunes 19 de septiembre, a las 13:05 horas, volvió a temblar con una intensidad de 7.7 grados con epicentro en Coalcomán, Michoacán. Hubo daños materiales, con la pérdida de dos vidas humanas, desafortunadamente, pero la libramos porque el movimiento fue oscilatorio y no trepidatorio.
Tres ocasiones en un mismo día. En ninguna parte del mundo ha ocurrido y esperemos que en México sea la última vez; en 1985 vi decenas de mortajas en el entonces Parque del Seguro Social y en muchas calles del centro, con un olor a tristeza y desesperación; en 2017 observé el rescate de los cuerpos de 26 niños en el Colegio Rebsamen y el sufrimiento de los padres al reconocerlos.
Las consecuencias del movimiento telúrico ahora fueron más leves que las dos ocasiones anteriores y aun así se habla de 77 centros escolares dañados sólo en la Ciudad de México; habría que hacer un recuento en estados como Michoacán donde fue el epicentro. Hay tres mil 161 familias damnificadas sólo en ese estado.
Después de otro 19 de septiembre fatídico mucha gente desea, en broma y en serio, que el día se haga inhábil para siempre o saltarnos de agosto a octubre cada año. No ganamos para sustos en estas fechas.
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