Veo mucha gente en el Zócalo de la Ciudad de México y sus alrededores; será porque es septiembre o ya no voy tan seguido como hasta hace cuatro años cuando trabajaba en la Secretaría de Educación Pública. La semana pasada fui un sábado y desde que venía de la estación Ermita del Metro el tren iba repleto de pasajeros; me bajé en la ahora llamada Zócalo Tenochtitlán y caminé por varias calles del Centro Histórico.
En el centro siempre hay qué ver, qué comprar y dónde comer. Hay de todo. En septiembre es muy colorido por los adornos, el Grito y el desfile. Al parecer, después de dos años vacío por la pandemia, este 2022 sí habrá público en los dos festejos.
Mientras pasaba por debajo de los balcones de Palacio Nacional, recordé que en 1980 me tocó cubrir el Grito para Grupo ACIR. Vivía en una colonia cercana a la carretera federal México – Cuernavaca y el traslado la noche del 15 fue muy tardado: tomé un camión hacia Taxqueña, de ahí a Pino Suárez porque la estación Zócalo estaba cerrada.
De Pino Suárez caminé hacia mi destino; había mucha gente en las calles, familias enteras, la mayoría celebrando ya con cornetas, matracas, confeti, huevos de harina, espuma, dispuestos a lanzarlos a quien pasara junto a ellos. Después de unos minutos caminando y otros más para identificarme en la puerta de acceso, pasé a los salones donde ya empezaban a llegar los invitados y los miembros del Gabinete del entonces presidente José López Portillo, todos elegantemente vestidos.
En aquel tiempo los reporteros podíamos andar entre ellos, platicar o entrevistarlos sin ninguna restricción. No había conferencias de prensa para todo como ahora, que difícilmente te acercas sólo a un funcionario de gobierno y cuando lo haces te remiten a su jefe de prensa para que te dé la información que pides o te programe una cita.
Los reporteros que cubrimos el evento nos acomodamos en un rincón. Tampoco había tantos como ahora; únicamente de los diarios más importantes, radio y televisión; unos ocho.
José López Portillo dio el grito a las 23:15 de la noche; el exmandatario, ya fallecido, era admirablemente muy puntual. Unos minutos después terminó. Reconoció ahí por primera vez a una mujer: a Josefa Ortiz de Domínguez. A la hora que concluyó salí corriendo para alcanzar el Metro; era un largo trecho de regreso. Mientras funcionarios e invitados se quedaron a disfrutar de la cena de gala – con los mejores vinos — ofrecida por el presidente.
La celebración continuaba en la calle con la gente más eufórica. Apenas si podías caminar entre la multitud. Cuando estaba por llegar a Pino Suárez un joven se me acercó, no me di cuenta, y me estrelló un huevo con harina en la cabeza y se alejó riendo. Ni modo. Así me subí al Metro de regreso a Taxqueña y luego a casa.
La fiesta del Grito es muy hermosa y simbólica; antes se realizaba el 16 de septiembre hasta que llegó al poder Porfirio Diaz y lo cambio al 15 porque era día de su cumpleaños.; los historiadores coinciden en que esa noche no pasó nada; Miguel Hidalgo y Costilla llamó a misa de ocho a los rancheros porque era domingo y les pidió que se armaran con lo que encontraran: palos, machetes, y comenzó una revuelta en la periferia de la Ciudad de México, Guadalajara y Querétaro, que fue apagada después de unos meses.
Nadie sabe de dónde surgió la tradición del Grito de Independencia, pero, aunque nunca haya ocurrido en nuestra historia, es de esas celebraciones que elevan el corazón patrio de los mexicanos.
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