Málaga, España.- El artista mallorquín Bernardí Roig, presenta el proyecto Entre el espejo y la máscara, que se articula a partir de una interpretación del considerado último autorretrato de Picasso, fechado a 30 de junio de 1972, se presenta en el Museo Casa Natal Picasso Málaga. En marco de la exposición El último rostro y la afonía del Minotauro.
Las obras de Roig se extienden a la Colección del Museo Ruso y el Centre Pompidou Málaga y está incluida dentro del programa internacional de actos para la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Pablo Picasso. Asimismo, forma parte de la celebración del XXXV Octubre Picassiano.
Roig, uno de los artistas españoles con mayor recorrido internacional, y se presenta por primera vez en la Casa Natal Picasso, sobre su proyecto que presenta indica que en él se contempla la imagen frontal de una cabeza que abarca la totalidad de la superficie del papel y cuya mirada es tan intensa que los ojos ya no le caben en el semblante. Es una mirada que ya contiene la muerte.
Agrega que hizo otro muy similar solo dos días después, Figura, en este caso en blanco y negro y en el que Picasso se ha arrancado un pedazo de cráneo, se ha vaciado la mirada, dejando las cuencas oculares a la intemperie, se ha quedado sin labios y muestra una dentadura descarnada. «Picasso se ha quitado la última máscara, ya no es ni el Arlequín ni el Minotauro».
El artista realizó en 2017 la serie P.R.P. (The last portrait), embrión de todo este proyecto. Cinco dibujos son el trayecto de una imagen –el último autorretrato de Picasso– que se deshumaniza en una metamorfosis, donde cada dibujo de la serie pierde los últimos restos de humanidad del dibujo anterior hasta que, en el último, desaparecen por completo y solo queda la dureza visual de un cráneo completamente despojado de carnalidad.
Respecto a Picasso expresa que no es una puerta que se abre ni una puerta que se cierra, sino que es un magma o una ciénaga para la mayoría de los artistas que han ahogado en ella.
La exposición inicia con una instalación lumínica, grande que puede deslumbrar y hacer que la mirada se vea afectada aún con la luminosidad que ocasiona con la blancura de sus paredes. Nos vamos encontrando con varias figuras que rememoran la muerte, a través de distintos soportes y formatos, se articulan en la exposición.
Fotografías, vídeo y esculturas nos llevan por un punto de incertidumbre y de reflexión. Sobre la exposición que se encuentra en el centro del cubo de Centre Pompidou de Málaga, está El laberinto de luz y la cabeza del Minotauro, es una instalación compuesta por 25 bloques de poliestireno expandido, formando un laberinto de luz compacta, este laberinto podría ser un recinto para el silencio, un palacio de Esparta o un templo cristiano.
«La luz se ha convertido en cuerpo con la capacidad de vaciar el espacio, ocupándolo, pero no llenándolo; ya no se trata de llenar el espacio, sino de vaciar el espacio y la mirada un instante antes de cerrar los ojos para que se llenen de vértigo», indica Roig.
Explica que la conversación infinita con el hueco del lugar y su amnesia, en el interior de ese útero de luz que es el Cubo del Centre Pompidou de Málaga, crea el laberinto donde quedará encerrado el Minotauro fruto de la pasión incontrolada de Pasífae, condenada a desear sin tregua al hermoso toro blanco hasta ser fecundada por él.
En la Colección del Museo Ruso se puede contemplar Shadow dancers, una instalación compuesta por cuatro pequeñas bailarinas de bronce cromado suspendidas del techo, que ocupará una de las salas.
Esta instalación, insertada en el corazón de dicha muestra, explora la gran influencia de Degas en la obra de Picasso, y muy especialmente el tema de la bailarina. Estas pequeñas figuras con algunas de sus piernas inacabadas están sostenidas, en rotación permanente, en el vacío y proyectan sombras superpuestas de su propia lentitud sin música.
Frente a esa danza silenciosa, un gran dibujo, Cap Negre, 2021, un intento de introducir el tiempo en la imagen sin que la imagen se mueva. El gran marco de tela de este dibujo camufla un dispositivo de audio con la grabación del sonido de un reloj de pared. «Insistente, preciso y garante de nuestro final. Ese sonido es el tiempo de la imagen que calla, no que enmudece. La imagen que vemos es la del último rostro que ha perdido toda su carne», concluye Bernardí Roig.
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