Redacción: Amairany Ramírez
En el corazón del Bosque de Chapultepec, específicamente en su Segunda Sección, se esconde una obra maestra de Diego Rivera que muchos desconocen. No es un mural cualquiera, sino una pieza única con una historia fascinante: pasó más de cuatro décadas sumergido en agua.
Este peculiar mural se encuentra dentro del Cárcamo de Chapultepec, también conocido como Cárcamo de Dolores, un edificio construido como parte fundamental del sistema hidráulico que, desde mediados del siglo XX, trae agua desde el río Lerma para abastecer a la Ciudad de México. La inauguración de este sistema y del Cárcamo tuvo lugar el 4 de septiembre de 1951, marcando un logro importante de la ingeniería mexicana de la época.
Fueron el arquitecto Ricardo Rivas, constructor del edificio, y el ingeniero Eduardo Molina quienes invitaron a Rivera a intervenir este espacio. La idea era crear un homenaje monumental al agua, elemento vital. El resultado fueron dos obras: una fuente dedicada a Tláloc, la deidad prehispánica de la lluvia, ubicada en el exterior y diseñada para ser vista incluso desde el aire, y el mural interior, titulado “El agua, origen de la vida en la Tierra”.
El mural abarca las paredes, el piso y parte del túnel del Cárcamo, cubriendo aproximadamente 272 metros cuadrados. Su tema principal, inspirado en la teoría del bioquímico ruso Alexandr Oparin, narra la evolución de la vida, desde los primeros microorganismos hasta la aparición de los seres humanos. Rivera representó diversas especies importantes en este proceso, como el trilobite y la planta cooksonia.
Lo que hace a este mural excepcional es que fue concebido para estar bajo el agua, siendo el primer mural subacuático del mundo. Durante unos 40 años, el agua circuló por el recinto, interactuando directamente con la pintura.
Sin embargo, el contacto constante con el agua, sustancias químicas utilizadas para potabilizar, vapor y cambios de temperatura tuvo consecuencias devastadoras para la obra. A pesar de las promesas sobre la resistencia de los materiales de pintura originales, estos no soportaron las condiciones. Rivera mismo reconoció que su experiencia usando poliestireno para el mural había sido negativa. El tiempo y el agua provocaron oxidación, que la pintura se desprendiera y pulverizara, y que la fuerza del agua actuara como lija, erosionando la superficie. Lamentablemente, la decoración que Rivera pintó en el piso de la cámara se perdió por completo, probablemente debido a trabajos previos de impermeabilización y la posterior acción del agua.
Ante el deterioro, ya en 1977, se señaló la necesidad de desviar el curso del agua. Rivera incluso propuso una restauración usando teselas de vidrio. Aunque hubo intentos en los años 80, no fue hasta 1990 cuando se logró llevar a cabo la compleja y costosa obra de ingeniería para cambiar permanentemente el flujo del agua y salvar el mural. Este rescate fue posible en gran parte gracias al impulso y la recaudación de fondos de personas como Margarita González Gamlo.
El mural incluye retratos de los ingenieros y obreros que participaron en la construcción del sistema hidráulico, un homenaje a su labor. También muestra distintos usos del agua en la sociedad y una escena interpretada como una crítica social sobre el acceso a este recurso. Visitar el Cárcamo es descubrir no solo un tesoro artístico poco conocido de Diego Rivera, sino también una parte clave de la historia y la ingeniería de la Ciudad de México.



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