Redacción: Amairany Ramírez
La vasta riqueza del mundo prehispánico mesoamericano es un legado que guarda secretos y maravillas en sus antiguas ciudades; entre ellas, El Tajín, uno de los asentamientos más destacados de la cultura totonaca, se alza como símbolo de una cosmovisión que vincula naturaleza, arquitectura y deidades. Ubicada en lo que hoy es Veracruz, esta emblemática ciudad fue habitada por los totonacas hasta que, finalmente, fue abandonada tras una devastadora inundación.
El Tajín floreció entre los años 800 y 1100 d.C., en el período conocido como Epiclásico, según el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), su ubicación estratégica en la planicie costera de Veracruz y la sierra norte de Puebla hacía a esta región, el totonacapan, un sitio de importancia. Esta área se traduce del náhuatl como “donde hace calor” y en lengua totonaca significa “tres corazones”, representando la triada de ciudades principales: Cempoala, El Tajín y Castillo de Teayo.
Esta antigua ciudad se construyó en honor al dios Tajín, que significa “trueno” o “humo poderoso”, y que en la cosmovisión totonaca estaba asociado a fenómenos meteorológicos intensos. Por esta razón, se le conocía como la “ciudad del dios Huracán”, y sus habitantes relacionaban a Tajín con las lluvias y las tormentas que frecuentemente afectaban el asentamiento.
La arquitectura de El Tajín es célebre por su relación con los ciclos solares y la dualidad que expresa; un ejemplo claro de esta conexión es el edificio de “los Nichos”, donde cada año, entre el 17 y el 25 de marzo, se observa un fenómeno solar conocido como “cuartos de año”. Además, El Tajín cuenta con otras construcciones notables, como el Juego de Pelota Sur, la Gran Greca o Xicalcoliuhqui y el edificio de las Columnas, todos símbolos de la armonía entre el ser humano y la naturaleza, reflejando el equilibrio que los totonacas intentaban mantener.
El estilo arquitectónico de la ciudad, basado en la dualidad, muestra imágenes en espejo que reflejan un movimiento de armonía y equilibrio, concepto esencial en la visión de los totonacas, que buscaban representar con estos diseños una constante interacción entre el hombre y su entorno.
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