Redacción: Amairany Ramírez
La flor de cempasúchil, conocida por su vibrante color naranja, es un símbolo imprescindible en las celebraciones del Día de Muertos en México; con raíces que se hunden en la época prehispánica, esta flor no solo adorna los altares dedicados a los difuntos, sino que también es un faro que guía a las almas en su viaje de regreso al mundo terrenal. Tradicionalmente, la flor de cempasúchil se utiliza para marcar el sendero que los muertos deben seguir para llegar al altar que les preparan sus seres queridos. Este sendero simboliza la conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos, asegurando que las almas puedan encontrar el camino hacia su hogar durante esta festividad.
Además de su papel ceremonial, la flor es protagonista de una conmovedora leyenda que habla sobre amor y muerte; en tiempos antiguos, dos jóvenes enamorados, separados por la guerra, derramaron lágrimas de amor eterno. Según la leyenda, de estas lágrimas nació el cempasúchil, simbolizando el lazo indestructible entre los que se aman, incluso más allá de la muerte, esta flor, por tanto, no solo adorna, sino que representa la unión eterna entre los vivos y los muertos, y la esperanza de que el amor perdure más allá de la vida.
El nombre “cempasúchil” proviene del náhuatl “cempohualxochitl”, que significa “flor de 20 pétalos”.; los mexicas asociaban su color amarillo con el sol, utilizándola en altares, ofrendas y entierros para honrar a sus muertos. Este vínculo entre el cempasúchil y la tradición de venerar a los ancestros ha perdurado a lo largo de los siglos, siendo hoy en día un emblema del Día de Muertos y del profundo respeto por los que han partido.
El cempasúchil no es solo una flor; es un símbolo de amor, memoria y esperanza que ilumina el camino de los que ya no están, recordándonos que, a través de la muerte, la vida y el amor continúan floreciendo.
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