Redacción: Litzury Gamboa
El creciente interés por la salud mental ha llevado a una mayor sensibilización, pero también ha generado riesgos debido a la información superficial en redes sociales. Muchos contenidos, como los que diagnostican trastornos o etiquetan comportamientos, son atractivos, pero carecen de rigor. La falta de profesionales cualificados y la presión de las redes para generar interacciones pueden hacer que la información divulgada sea más dañina que útil.
Las etiquetas diagnósticas, como “TDA” o “narcisista”, pueden generar un alivio momentáneo al identificar una situación, pero a menudo se basan en descripciones vagas y generales que refuerzan el efecto Forer, donde las personas aceptan como propias afirmaciones ambiguas. Además, estas etiquetas no explican las causas del malestar, que son el resultado de factores biológicos, psicológicos y sociales interrelacionados.
El uso de etiquetas también puede disminuir el sentido de agencia, haciendo que las personas sientan que su sufrimiento es algo que poseen o son, en lugar de una alteración temporal que puede cambiar. Esto contribuye a la búsqueda constante de soluciones externas, desde terapias costosas hasta remedios de personas no cualificadas, en un mercado de salud mental en crecimiento y cada vez más precarizado.
Aunque las etiquetas ayudan a visibilizar realidades antes estigmatizadas y proporcionan una sensación de pertenencia, es esencial mantener una mirada crítica. No todo lo que rodea a estas etiquetas es negativo, pero debemos ser conscientes de los matices que existen detrás de ellas, evitando caer en explicaciones simplistas y superficiales que no reflejan la complejidad de los trastornos mentales.
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